Por: Nadia Rosso
Lesbianas. Lesbianas feministas. Feministas lesbianas. Anarcofeministas.
Transfeministas. Tortilleras. Machorras. Lenchas. Lesbianas queer. Lesbicuir.
Marimachas. Drags. Trans. Locas. Putas. Identidades. No-identidades.
Diversas. Algo tengo claro: somos disidentes sexuales. Críticas del sistema
heteronormativo, patriarcal, dicotómico, lesbofóbico, represivo.
¿Que cada una tiene distintos conceptos, que se aferra a
distintas categorías y conocimientos previos? Claro. ¿Que cada una tiene
distintas formas de interpretar las realidades? Por supuesto. ¿Que cada una
tiene diferentes prácticas y maneras de subvertir el sistema? Afortunadamente.
¿Que eso significa que somos enemigas? Irrisorio. No puedo entender cómo una
lesbiana feminista, consciente del sistema heteropatriarcal feminicida en el
cual vivimos y de la lesbofobia presente en muchos discursos sobre diversidad
sexual, pueda declarar que otra lesbiana es su enemiga. Otra lesbiana, que ha
vivido la violencia patriarcal en carne propia, que enfrenta la lesbofobia en
todos los rincones del planeta, que ha tenido un proceso de valiente aceptación
y visibilización de su identidad como lesbiana, que ha afrontado las
consecuencias de asumirse como tal públicamente, pueda lllegar a ser una enemiga.
Mucho menos entiendo cómo una mujer que asiste a la marcha lésbica,
que posiciona su propia postura, su propia vivencia de la disidencia sexual, su
propia visión de la experiencia lésbica, pueda ser violentada porque se
comparten sus posturas políticas. Posturas que, además, no se ha tomado la
molestia de escuchar y comprender.
No es posible que se violenten a otras lesbianas que ni
siquiera conocen, que se han preocupado por entender y mirar como sujetas de
sus propias posturas y vivencias, como sujetas humanas, compañeras y hermanas
que merecen exactamente el mismo respeto, que tienen exactamente la misma
dignidad, que merecen el mismo amor sororal que cualquier otra mujer que lucha
por su libertad.
Si las feministas marxistas se pelean con las anarquistas,
si las socialistas violentan a las transfeministas, si las queer desdeñan a las
ecofeministas… entonces el patriarcado sigue ganando. Porque las posturas
políticas ideológicas que le dan un cauce diferente a nuestros feminismos,
hacen que nos separemos, nos odiemos, nos violentemos, nos desdeñemos, nos
invisibilicemos entre nosotras, entonces la sororidad sigue siendo sólo una
utopía. Esa sororidad que es lo único que puede hacernos contrarrestar la
violencia patriarcal, al unir la energía, fuerza y el apoyo feminista que
muchas anhelamos.
Ahora bien, con respecto de la denuncia de representatividad
quiero decir sólo una cosa: cierto es que una u otra lesbiana - feminista
socialista o transfeminista queer, no me importa- no me representa. Dudo que represente a
muchas. Me parece absurdo que algunas denuncien que otra no nos representa, y
ellas mismas pretendan representarnos, a nosotras o al “movimiento lésbico
feminista de México” que, lamento decirles, no es uno sólo. Así pues, ante
tales incongruencias lo único que me dan ganas de gritar, a grito pelado, de
manera políticamente incorrecta, y también sin ningún interés de representar a
nadie es: No, ella no me representa. No, tampoco tú me representas. Nadie me
representa. Yo me levanto todos los días con la consigna, combativa y lúdica,
de representarme a mí misma, con mis errores, con mis contingencias, como me dé
la gana.
Pero, independientemente de ello, tengo muy claro que aunque
ninguna lesbiana feminista de cualquier adscripción política e ideología, me
represente, tampoco es mi enemiga. Que aunque no esté de acuerdo con las formas
de lucha de muchas de ellas, no son mis enemigas. Si están luchando, con sus
errores y aciertos, contra la violencia patriarcal y lesbofóbica, en ningún
contexto serán mis enemigas. Serán compañeras de lucha, caminando por senderos
similares, caminando de formas distintas y a distintos ritmos, pero compañeras
de sendero. Y aunque tampoco tengamos los mismos destinos o estemos caminando
hacia distintos sitios, no creo que ponerles el pie o sacarlas del sendero
beneficie a nadie, más que al patriarcado.
Y si algún día veo a mis compañeras como enemigas, o actúo
con violencia hacia alguna de ellas, que Safo me ampare porque habré errado
enormemente mi camino, porque la violencia patriarcal venció sobre la empatía y
la sororidad.
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